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Old May 17th, 2011 #1
Eturner
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Default Torturador de animales

http://nicolasbuiga.wordpress.com/20...s-buiga-bueno/

Este HIJO DE LA GRAN PUTA a cuya familia habría que ejecutar delante suya. Salió en la televisión hace unos tiempos (el no, su blog) donde se podían ver vídeos que solo podían ser paridos por una genética como la que se ve en la foto. Cuerpo de mierda y cara de homosexual (algunos payasos dirán que es blanco, ario y español).
Yo solo pude ver en dicho reportaje como estampaba contra el suelo a un cachorrillo vivo. Luego me fui a dar una vuelta a riesgo de meter la bota derecha dentro de la pantalla de televisión.
 
Old May 17th, 2011 #2
Blanco.
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Libertad con cargos, por lo visto. Ya es más de lo que se puede esperar del país del toreo, donde a efectos legales un animal es poco más que un objeto.

Qué asco de país tercermundista.
 
Old May 17th, 2011 #3
VSL
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Hacen falta unas cuantas bombas nucleares. Como para ir empezando el proceso de depuración. Varios miles de años de disgenesia no se curan con remedios suaves.
 
Old May 18th, 2011 #4
Eturner
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Tranquilos, que el medio moro este (también español para algún lerdo) acaba de cortar 2 orejas.

Gran proeza de la super raza española.
 
Old May 19th, 2011 #5
Alberto
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Más medio moros



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"Los españoles hemos sido grandes en otra época, amamantados por la guerra, por el peligro y la acción; hoy no lo somos. Mientras no tengamos más ideal que el de una pobre tranquilidad burguesa, seremos insignificantes y mezquinos."
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Old May 19th, 2011 #6
Fredbal
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Esto es en Dinamarca. Me recuerda a la horrorosa matanza de delfines en Japón.
En todos los sitios "cuecen habas".
Yo no voy a justificar ni a los japoneses, daneses o canadienses porque me repugna las matanzas de miles de animales dirigidas a conseguir un beneficio económico en este sistema podrido capitalista que tenemos.
Menos aún la industria peletera china. No existe nada más cruel en el mundo que ésto último.

Pero para mí si cabe, es peor tener fiestas que consistan en el maltrato animal. Que haya sociedades que se diviertan por ver un toro desangrarse y morir sufriendo dice mucho de la salud genética de ese colectivo.

Más que la muerte de un animal, me deja aturdida comprobar la insensibilidad hacia el maltrato animal por parte de algunos de mis congéneres.
 
Old May 19th, 2011 #7
Blanco.
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La comparación de la matanza de delfines de las Feroe con el toreo no hay por donde cogerla. En un caso hablamos de una matanza con el único fin de conseguir carne para comer y en el otro de un ritual de tortura cuyo propósito no es otro que el espectáculo. Es una diferencia de conceptos bien grande.

En cualquier caso, la matanza de las Feroe tiene plena justificación histórica porque:

- Vivir en unas islas en medio del Atlántico Norte no facilita el comercio y limita las posibilidades económicas.
- El clima y el tipo de suelo imposibilita la agricultura -como ocurre en toda Escandinavia- y reduce a dos las fuentes de alimento: ganadería y pesca.

Con esto, que aparezcan en tus costas miles de delfines más dóciles que Delfy no es una oportunidad que cualquier pueblo desaprovecharía por cuestiones éticas para jugarse el tipo en un mar que no es precisamente el Mediterráneo en vez de tener alimento rápido y fácil para todo el año.

Hoy en día, ahora que los feroeses tienen otras alternativas, la matanza es criticable por dos cuestiones: porque puede hacer peligrar la población de delfines y porque quizá existan otros métodos más dignos de dar muerte al animal.

Respecto a lo primero, pese a que todo parece indicar que nunca se ha puesto verdaderamente en peligro a la especie -quizá porque la población humana de las islas siempre ha sido pequeña- y pese a que lleva tiempo siendo "regulada" por biólogos, es cierto que una matanza de esas dimensiones es jugar demasiado a ser Dios. Sin duda apoyaría cualquier limitación en ese sentido, siempre es preferible dispersar nuestro impacto en el medio que no concentrarlo en uno sólo hasta destruirlo, pero con una condición: que no sea porque ver una playa manchada de sangre dañe sensibilidades y el resto de atrocidades medioambientales encubiertas no. Con menos sangre, la lista de especies animales y vegetales desplazadas, esquilmadas, en peligro o, directamente, extintas por el abuso del hombre, es interminable.

Respecto a lo segundo, la muerte a cuchillo quizá no sea demasiado ética cuando disponemos de la electrocución fulminante. Estaría de acuerdo en prohibir a los feroeses matar delfines a cuchillo siempre y cuando se prohiba también al resto del mundo. En millones de pueblos de todo el mundo y en millones de pequeñas empresas ganaderas los animales se siguen sacrificando con este método.

Entonces, es absurdo poner a esta matanza concreta como ejemplo de la peor atrocidad contra los animales del mundo, como hacen siempre los protaurinos, cuando lo habitual es que cualquier conducta humana tenga el mismo impacto para los ecosistemas, o más. Desde mariscadores, pescadores o cazadores hasta agricultores y ganaderos, pasando por todas las especies desplazadas y todos los ecosistemas alterados debido al crecimiento de ciudades y campos de cultivo y a la contaminación. O todos o ninguno, que ya sea directa o indirectamente aquí cada uno pone su parte para cargarse el planeta y sólo nos escandalizamos cuando vemos un poco de sangre que no se va por el sumidero de los mataderos de donde salen nuestros filetes.

Dicho sea de paso, en las Feroe, Dinamarca y el resto de Escandinavia, por lo general, los animales, y el medio ambiente, gozan de una protección a años luz de la que ofrecemos en este país. Allí apenas se abandonan animales, ya que de hecho se adoptan los que se abandonan en otros paises -¡por eso pueden verse tantos galgos españoles en paises como Alemania!-.

Así que bueno, habría que pensar más en que los filetes que disfrutamos sobre nuestras mesas españolas también son fruto del sufrimiento animal, sino a causa de una muerte dolorosa sí por una vida indigna. Deberíamos preocuparnos más de esto, que ocurre aquí y ahora, que de lo que se haga en unas islas que nos quedan más bien lejos. Y aunque la matanza de las Feroe fuese la mayor crueldad sobre la tierra, aunque los delfines muriesen de la forma más lenta y dolorosa posible, que un tío se enfunde en un traje de luces cual gitano verbenero (¿dónde se ha visto en Europa tal inclinación estética? ¿de dónde iba a venir ese gusto sino de Oriente o África?) para matar a un toro cruelmente a modo de divertimiento es cosa que debería preocuparnos y que no tiene justificación ninguna, por muchas que sean las locuras que se hagan en otros sitios.

No es que los toros, las cabras por el campanario y demás orgullos nacionales sean cosa de moros o de negros. Es que es peor todavía. Es cosa de verdaderos hijos de puta.
 
Old May 19th, 2011 #8
Alejandro
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Default Acerca de la tortura a los animales.

Creo que el verdadero problema radica en la concepción de "posesión" que tienen los seres humanos de los animales, que están puestos en la tierra por su "Dios"-Jehova en la Biblia Judía para su uso y disfrute. Ha habido cristianos nobles cómo San Francisco de Asís, que adoraba a los animales, pero esos han sido una minoría de esta creencia religiosa de descarado origen judío. ¿Es que acaso no tienen sentimientos los perros galgos cuándo son colgados después de haber servido fielmente al hombre después de la temporada de caza?. Las sociedades precristianas de antaño trataban a los animales mucho mejor, cierto que también había muerte y violencia,pero los hombres del Neolítico solo mataban a los animales, por necesidades alimenticias, no para regodeo de la chusma o para divertirse ellos mismos, de hacer el mal por el placer de hacerlo.
Lo de los toros, es harina de otro costal, Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo se posicionó siempre en contra, frente a otros escritores cómo Ernst Hemingway y Henry de Montherlant, que defendieron el concepto de la fiesta.
Schopenhauer que influyó poderosamente en Hitler y su forma de ver la vida y el mundo decía que "El hombre ha hecho que la vida para los animales en la tierra se convierta en un infierno".
Saludos cordiales.
 
Old May 19th, 2011 #9
Alberto
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A mí los toros no me gustan y siempre he sido anti-taurino, y sobre todo por estética (pues la considero MUY anti-europea), pero la idea de que un hombre y un toro se enfrenten a muerte para comerse al toro después, no sólo no me parece mala, sino que me atrae. Pero ponerse un traje medio-gitano, la imagen "cañí" (gitano nuevamente) por todas partes, tortura larga y el toro medio drogado...

Mi análisis del mundo taurino es el siguiente. Su origen está en una época en la que España, tras las conocidas y famosas "conspiraciones judeomasónicas", el aislamiento de Europa, y su decadencia, puso de moda el precursor del "Spain is different". Como el resto de Europa era judeomasónico, ilustrado, y demás conspiranoias, ciertas en muchos casos, pues España debía mantenerse alejada del progreso para ir a su bola, sacando lo peor de ella si era necesario. No había que dejarse engañar por los judeomasónicos protestantes. Es en esta época donde España empieza a dar al mundo una imagen tercermundista, atrasada, aislada, llena de "particularismo anti-europeo".

Pero en realidad, el mundo del toreo, ¿a quién le gusta? Es algo más minoritario de lo que parece, sobre todo de lo que les parece a los extranjeros. Hay hasta partidos cuyo único programa es abolirla. Como pro-taurinos he conocido pocos, encima los que he conocido eran hombres-masa con ganas de llevar la contraria a los progres.

Yo pensaba sacarle jugo a esto, por eso he puesto lo de los delfines. Tampoco creo que sea apropiado poner a un torero como un sarcasmo a la "raza española", porque hay gente dentro del mundillo que apoya a los toros. Yo personalmente no, (no como son). Debajo dejo unos ejemplos.

Y aunque nos duela, no debemos olvidar que una corrida de toros se les dedicó a los nazis cuando estuvieron de visita a España:



Lo de los galgos es una burrada.
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Old May 19th, 2011 #10
Alberto
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Ernesto Milá:

No es, sin duda por casualidad que el símbolo de “lo español” sea la silueta del toro de Osborne. Y sin embargo la abusivamente llamada “fiesta nacional”, está presente también en otros países. En Portugal, por ejemplo. Y en todo el Mediodía francés. ¿Cómo podría extrañarnos? Hubo un tiempo en que en toda Europa se realizaban rituales similares.

Lo que vamos a defender en este artículo es que la fiesta de los toros es una parte esencial de nuestra identidad. Que la fiesta nacional es un rito de origen religioso. Que la fiesta nacional deriva de prácticas rituales de la casta guerrera. Y, finalmente (en un próximo artículo), que en la historia de España, se tiene constancia del toreo desde el siglo XII y que siempre han sido los personajes más conflictivos de nuestra historia –ayer el conde de Aranda, creador de una masonería independiente en España y hoy ZP, ayer Fernando VII y casi todos los borbones y hoy Carod-Rovira- quienes se han opuesto a las corridas de toros.

Sirva este artículo, pues, como voz en defensa de la “fiesta”.

Estar en el “mundo moderno” y ser del “mundo moderno”

Practicado el exorcismo ritual, añado: “soy español –mire usted por donde- y me gustan las corridas de toros”. Lo gracioso del caso es que las mejores “faenas” en el sentido alegórico, se las he visto a hacer a camaradas y las faenas taurinas, por paradójico que pueda parecer, las he visto en Nimes de Provenza y una de las más memorables en el festival taurino de mayo del 99 a un torero francés, Stephan Fernández Meca. Y aunque el “Olé” en francés, en toda la Camargue y en Las Landes, suena con otro acento, hay en el Mediodía francés tanta afición como en España, lo que demuestra que, lejos de ser “español” o “andaluz”, es europeo.

De ahí que mi razonamiento sea: en la medida en que un sistema de identidades se basa en tres niveles (la patria, la tierra natal o “patria chica” y Europa), tiene narices que en las tres el noble arte del toreo esté presente. Por que el toreo está presente en Catalunya, en el País Vasco y en cualquier otro lugar de la Península. Su radio de acción abarca hasta el mediodía francés pero hay algo en los toros que fascina en Europa. No lo tenía muy claro hasta que un día, Alain de Benoist en un restaurante taurino en Barcelona, me dio la clave mientras se zampaba una tabla de fiambres: “Las corridas de toros están en el mundo moderno, pero no son del mundo moderno”. Y siguió con su morcón de Ávila… Los intelectuales son así, incluso en comiendo y bebiendo, te aclaran problemas. A partir de aquí era fácil elaborar una línea de comprensión sobre el fenómeno taurino.

Para los que tenemos cierta tendencia a valorar la Tradición por encima de cualquier otra cosa, la cuestión está muy clara. Lo que es “tradicional” ha existido siempre, lo que es “moderno” ha aparecido solamente en un período reciente, ¿hemos de pensar que toda la humanidad ha estado antes equivocada? Si algo es tradicional, es esencial –necesario para la vida-; si algo es “moderno”, es accidental –la vida puede desarrollarse sin eso 1y es posible prescindir de ello. Las sociedades han prescindido en la mayor parte de su historia del bidé, sin ir más lejos, pero siempre han tenido ritos. Los ritos unen a las comunidades, las afianzan, les dan un sentido y forman la expresión más auténtica de los pueblos, a través de los cuales cristaliza su identidad. Los toros son un rito. Solamente es espectáculo muy en segundo plano.

Los toros como ritual y sus huevos…

Un rito es una “operación mágica”, a través del cual se hace posible aquello que desafía a las leyes de la física. La transubstanciación generada durante la misa, por ejemplo. Una liturgia es la forma en la que se desarrolla un rito. Rito y liturgia suelen referirse hoy al cristianismo pero, en realidad, todo movimiento religioso o con una base religiosa (del latín “religare”, volver a unir, ¿el qué? Lo físico con lo metafísico, tal es la esencia del fenómeno religioso) dispone de un ritual y de una liturgia propia.

Digámoslo ya: el origen del toreo es el viejo paganismo europeo. Su origen no es, pues, crueldad, ni violencia gratuita contra un animal indefenso, ganas de putearlo y hacerlo sufrir… sino la traslación de una visión del mundo de origen muy remoto, muy anterior al nacimiento de “lo español” y, esto es lo importante, que estuvo presente en todo nuestro ámbito étnico, antropológico y cultural. El rito de enfrentarse a un toro se encuentra a partir de la Edad del Bronce presente en muchos lugares de Europa, distantes de nuestra tierra.

¿Qué tiene el toro para que sea el centro de un ritual? Los testículos y la cornamenta ¿qué va a ser, sino? Mirad los huevos de un toro colgando y ya me diréis sino es el símbolo de la virilidad. Mirad su cuello y no os extrañará que sea el símbolo de la fuerza. Mirad sus cuernos y veréis en ellos el símbolo de la agresividad y del ataque. Ved como carga un toro contra un caballo y veréis fuerza y potencia.

En la antigua Roma, los iniciados en los misterios de Mitra, habitualmente legionarios romanos, en el momento de su iniciación en la cofradía, se situaba en una cámara oscura sobre la cual en otra sala era degollado un toro cuya sangre caía sobre el aspirante a recibir la iniciación. Era un rito de transferencia a través de la sangre por el cual la agresividad y el valor del toro pasaban al guerrero. Decía la leyenda de Mitra que éste dios venció a un toro cabalgando sobre él, cuando Mitra apuñaló al toro, su sangre cayó sobre la tierra y la fructificó (nuevo símbolo sexual, la sangre del toro, a modo de semen, fecunda a la madre tierra) de ahí que en sus representaciones iconográficas la escena de la muerte del toro mitraico en el lugar donde cae su sangre, aparecen espigas.

Hay que recordar que el mitraismo fue la religión mistérica rival del cristianismo que, en cierta medida incorporó sus temas. Uno de los grandes estudiosos del mitraismo fue Julius Evola y a sus artículos y estudios remitimos a ellos para mayores aclaraciones. Quede constancia de que la religión que ejecutaba a un toro fue la de las legiones romanas y que, antes de que el mitraismo irrumpiera en Roma, ya en el Circo, no sólo los gladiadores, sino los hijos de las familias patricias romanas (la casta guerrera) luchaban contra los uros (el toro que en otro tiempo pobló toda Europa) y lo consideraban el mayor honor en tiempos de paz.

Antes, en el mundo griego, los pueblos mediterráneos cretenses y minoicos ya “jugaban” con toros y se arriesgaban a cogerlos por los cuernos o saltar sobre ellos. Esa tradición, casi sin alteraciones ha llegado hasta nuestros días en el rito portugués de “Os forçados”, en el cual, un grupo de jóvenes se sitúa delante del toro; van provistos de un gorro frigio –el gorro de los iniciados con el que se representa a Mitra- y se sitúan ante el toro, aguantando su ataque frontar a manos descubiertas e inmovilizándolo. La tradición nos habla en el presente con ecos del ayer.

Luego, cuando irrumpieron los pueblos indo-arios, dorios y aqueos, estas tradiciones prosiguieron. La muerte del toro en el laberinto de Dédalo es otro episodio que recuerda la perennidad del mito de la muerte del toro. Estamos hablando, pues, de algo que “nos pertenece”, que pertenece a nuestro patrimonio antropológico y cultural, a nuestra identidad y que, de paso, mira por donde, es una tradición europea.
Pequeña historia del toreo

La esencia del rito taurino

Todo rito tiene un significado deliberado. En los ritos de tránsito, se amputa al adolescente de una parte de su anatomía (normalmente el prepucio o se le realiza una escarificación o un tatuaje), se le lanza a una “aventura iniciática” y, cuando ha regresado, ya se le considera “hombre”, se integra en la hermandad de los hombres y se aleja del mundo de la madre. Ayer lo hacían en las civilizaciones tradicionales: al niño africano ve como le cortan el prepucio y debe adentrarse luego en la selva para cazar a algún animal totémico. Hoy lo hacen los skins (el rapado del pelo es su “mutilación” y con la “aventura iniciática” en el estadio de fútbol contra la hinchada rival). Ya lo decía Julio Caro Baroja: “cuando se cierran las puertas a lo iniciático, lo iniciático entra por la ventana”.

¿Cuál es la función del rito taurino? Inicialmente, en las civilizaciones antiguas, el mitraismo nos ha dado la clave: muerte del toro y renacimiento del guerrero convertido en miembro de la cofradía mitraica. En el toreo actual la clave iniciática se ha perdido. El toro sigue muriendo pero el torero ignora explícitamente el por qué. Aunque no todo el sentido del rito se ha perdido.

En los ritos muerte-resurrección, siempre se produce una transmutación: la cualidad de la víctima propiciatoria se traslada al oficiante, esto es, al torero. Al igual que en la muerte de Cristo hay unas etapas detalladas en los misterios del rosario, también en la muerte sacrificial del toro existe el mismo proceso: tres tercios, banderillas, varas y espada. El tres es el número de la fiesta de los toros: tres tercios, tres miembros de la cuadrilla, tres pares de banderillas, y un largo etcétera. Quien esté tentado por investigar en esa dirección, le recomiendo la lectura de la primera obra de Fernando Sánchez-Dragó, “Gárgoris y Habidis” en donde se detalla todo esto.

Algunos toreros –en realidad muchos- han sido extremadamente religiosos. Siempre, antes de ir a la plaza, en el hotel, han rezado sus oraciones. Las han vuelto a repetir en la plaza antes del paseíllo. Lo sagrado no se ha retirado completamente de las plazas de toros, simplemente se ha alterado como el Dies Natalis Solis Invictus, la fiesta de Mitra, se transformó en la Fiesta de Navidad, natalicio de Jesús.

Un rito no apto para almas sensibles

¿Qué es un símbolo? Un símbolo es la expresión sensible de una idea. La idea de la agresividad y de la virilidad, por ejemplo, se expresó a través del símbolo del toro en todas las civilizaciones tradicionales (del toro o de sus avatares: el uro, el búfalo, etc.). En las civilizaciones tradicionales, la ética del guerrero sintetizaba: “Más enemigos, más honor”, esto es, matar a una hormiga tras “dura lucha” no aporta honor, matar al más fiero de los guerreros, en cambio, sí. Matar a un toro que es, a la postre el símbolo de la virilidad guerrera, es el límite al que puede otro guerrero puede aspirar.

Las civilizaciones tradicionales indo-europeas son “estamentales” y “trifuncionales” (Dumezil lo demostró hasta la saciedad). Están organizadas en función de un principio psicológico: hay caracteres distintos y no se puede pedir a todos las mismas aptitudes y esfuerzos; existen fundamentalmente tres tipos psicológicos de caracteres. Existe gente más dotada para la meditación y la contemplación (en las sociedades tradicionales hay constancia de “órdenes religiosas” desde el segundo milenio antes de Cristo en Egipto y antes en Sumer). Existe, así mismo, gente más dotada para la acción (las “órdenes militares” que en mi opinión fueron las primeras en constituirse porque desde que el primer homínido bajó del árbol fue preciso dotarse de armas para defenderse) y, finalmente, gente más dotada para manufacturas (“gremios” cuyos miembros trabajaban con sus manos). Los ritos de cada estamento son distintos y quienes pueden “entender” la liturgia de cada rito son aquellos a quienes su psicología le hace tender hacia una de las tres formas de psicología: función productiva, función sacerdotal y función guerrera. Meditación, acción y creación son las tres vías de acceso a la realización personal de los hombres en las civilizaciones tradicionales.

El arte del toreo hasta las puertas de la modernidad siempre ha sido patrimonio de la casta guerrera. No es por casualidad que la “religión” de las legiones romanas fuera el mithraismo que situaba la muerte de un toro en su centro, ni que hasta principios del siglo XVIII se toreara solamente a caballo –hoy rejoneo-. El uso del caballo y el hacer la guerra sobre el corcel era patrimonio de la casta guerrera y, por tanto, de la aristocracia.

¿Os imagináis a un legionario del Tercio o a cualquiera de los que se han alistado voluntarios en las COE rechazar el toreo porque el “toro sufre”? Quien lleva en su sangre el combate, el enfrentamiento, la prueba de fuego, el choque de voluntades, la exaltación de la acción, no puede sino amar el toreo; es normal. Por lo mismo, quienes pertenezcan a otros grupos psicológicos o estamentos (de hecho, la gran pregunta que plantea las doctrinas tradicionales es ¿quién soy yo? ¿qué llevo dentro? ¿para qué sirvo?) tengan reacciones diferentes ante el toreo. Por eso hay taurinos y anti-taurinos y por eso los argumentos de unos y otros tienen poco que ver con la racionalidad, sino más bien con su espíritu profundo y con su ser más íntimo.

El juego del amor y de la muerte

Quizás la mejor película de Almodóvar (y en mi opinión la única que no merece ser tirada al basurero) es “Matador”, una verdadera reflexión sobre el amor sexual y la muerte, con un fondo argumental mucho más profundo e interesante que cualquier otra de sus fatuas películas posteriores. El tema de “Matador” es la fascinación que el torero experimenta por la muerte (que no es muy diferente de la que se deja traslucir en el Tercio con aquello del “novio de la muerte”) y la mujer asesina –una encantadora Assumpta Serna- que relaciona orgasmo sexual con muerte. Algo de todo esto está presente en el toreo.

Aunque los antitaurinos lo cuestionen, son constantes las declaraciones de toreros, novilleros y rejoneadores que afirman “amar al toro”. Son muchos también quienes han expresado que durante la faena experimentan un placer similar al orgasmo. Los códigos sexuales aparecen en múltiples facetas del toreo. Se diría que el diseño de los pantalones del torero (la taleguilla) está ideado para que a cada pase, el lomo del astado friccione el pene del torero, así que no es rara esa sensación de excitación que han reconocido muchos toreros, ¿pura física? Hay algo más.

Otros toreros han resaltado que, de la misma forma, que algunos ritos religiosos implican un período de ayuno y abstinencia, ellos se abstienen de tener prácticas sexuales, incluso de masturbarse. Uno de ellos –posiblemente fuera Paco Camino, disculpad si me equivoco- decía que “el toro lo sabe” (como la mujer cuyo marido se ha ido con una amante y sin pruebas objetivas, sino por puro instinto “sabe” que ha sido engañada). El toro es el partener simbólico del torero, sin el toro, como sin la mujer, no habría posibilidades de amar y morir en el orgasmo.

Otros toreros como Manolete estuvieron fascinados literalmente por la muerte. Mataban al toro pero intuían que ellos estaban vivos y regenerados por la muerte del morlaco. Es sorprendente también que otros toreros (Dominguín) tuvieran relaciones sexuales compulsivas – no fue el único- como si hubieran desatado mediante el rito, una fuerza profunda que eran incapaces de controlar.

A partir de todo esto, extraña menos el amor con el que el torero habla del toro, y la relación con la muerte que casi resulta de la misma intensidad como la pareja que yaciendo en el acto sexual grita palabras en pleno éxtasis amoroso: “mátame”, “Me muero”, “Me matas”… Por eso, podemos afirmar que en el acto del amor está presente esa dualidad “vida – muerte”. Finalmente, la crisis del orgasmo es esa sensación de que el suelo falta bajo los pies, de abandono total, a lo que sigue la quietud, el reposo… como el de la muerte.

Esas mismas sensaciones son las que “poseen” al torero en la plaza: también él quiere vencer al toro, como el amante quiere dejar rendida a su compañera; en las grandes faenas en el ruedo, siempre se tiene la sensación indeleble de que no es el consciente ni la racionalidad lo que guía la muleta del torero, sino que éste se encuentra en un estado de éxtasis profundo. El rito termina, como en el acto del amor carnal, con la muerte del toro (o del torero).

Las razones de los antitaurinos

Nunca he entendido la obsesión de los antitaurinos, ni mucho menos la forma de expresarse, pero no me cabe la menor duda de que tiene mucho que ver con todo esto. ¿Cómo interpretar el que Alaska no hace mucho, posara con toda su humanidad celulítica desparramada y retocada con sobredosis de Photoshop, con unas banderillas en la espalda en un posado antitaurino? ¿Qué pensar de los PETA norteamericanos protestando contra las corridas de toros desnudos? ¿O de otros antitaurinos apareciendo en el ruedo durante una corrida en el lugar más adecuado para que nadie les haga caso exponiéndose a las iras de gente que ha pagado para ver un espectáculo y que unos intemperantes importunan?

Todas estas actitudes tienen una impronta psicológica y a la vez sexual: son formas de protesta que solamente pueden ser ejercidas por masoquistas. El masoquista, en general, tiene un complejo de culpabilidad que, una vez sublimado, le hace amar su autodestrucción. No es mi problema analizar a los antitaurinos, pero me da la sensación de que muchos de ellos están como las maracas de Machín. Por eso los “taurinos” tienden a reírse y despreciar estas protestas, ante lo evidente del desorden mental de quienes gritan al público: “Asesinos, asesinos”…

Por otra parte, los toros pueden gustar o no, incluso puede ser comprensible que alguien haga de lo antitaurino una “cruzada”… pero, a partir de determinados límites y formas de expresarla, la protesta se convierte en algo extremadamente ilustrativo sobre la psicología profunda de quien la ejerce: masoquismo, exhibicionismo, animalismo, carencias afectivas, frustraciones personales, traumas, depresiones, desengaños…

Por tanto, no me pidan que me tome muy en serio los argumentos antitaurinos: ¿qué el toro sufre? Igual es verdad, serán los veterinarios quienes se pronuncien, pero su sufrimiento no será en ningún caso como el de un ser humano, por algo tan simple como que el toro carece de principio de la personalidad, mientras que el ser humano tiene sentido de su propia existencia (de hecho la “humanidad” empieza a partir de que un homínido tomara conciencia de sí mismo) y de su presencia. Me resulta incomprensible que alguien iguale el sufrimiento de un ser humano al de un animal.

Y por lo demás hay una noción que está por encima de la extensión del humanismo a los animales: la noción de jerarquía. Lo metafísico es superior a lo físico. El sufrimiento del toro, en caso de poder definirse así, sería algo físico. El arte del toreo posee, en cambio, como todo lo que es iniciático, identitario y tradicional, una metafísica que está por encima.

La tesis de esta segunda parte es muy simple: tiende a demostrar que el toreo ha acompañado los mejores momentos en la historia de España y ha encontrado eco en el corazón de nuestros grandes conductores; mientras, los adversarios del toreo han surgido en los momentos de decadencia y en todo aquello de nuestra historia de lo que se puede prescindir. Podríamos traspasar también esta dicotomía al dominio de la pintura y concluir que nuestros grandes pintores del XIX y del XX (Goya, Picaso, Dalí, entre otros muhos), han representado en sus cuadros y de manera encomiástica al toreo. E incluso hoy, en el mundo de la cultura abundan los favorables a considerar a los toros como algo que “está en la modernidad, pero que no pertenece a la modernidad”. Ayer mismo, el urbanista e intelectual, Luis Racionero, sin duda uno de los más brillantes intelectuales de los últimos 40 años, defendía en las tardes de Onda Cero, esta fiesta con argumentos parecidos a los que utilizábamos en la primera parte de este ensayo. Tal es el recorrido que vamos a realizar.

En la Edad Media, cuando España volvió a ser.

Desde los tiempos en que los patricios romanos combatían contra uros en las arenas del circo, y los iniciados mitriacos se bañaban ritualmente en la sangre del toro, hasta la Alta Edad Media, hay pocas noticias sobre el toreo. Prácticamente desde que Odoacro, rey de los godos hérulos, asaltó Roma y envió las enseñas imperiales a Bizancio en el 476, hasta el siglo, se sabe poco como evolucionaron esos ritos pagamos. Pero, sin duda subsistieron.

De un lado, el mitraismo, especialmente tras la muerte de Juliano Emperador, fue desapareciendo asimilado por el cristianismo (desde el Edicto de Constantino, la Iglesia que había recomendado la deserción de las legiones mientras proclamaron la religión de la paz, al convertirse en nuevo poder, excomulgaron a los desertores y recuperaron la mejor tradición mitraica como religión de los combatientes). ¿Qué ocurrió luego?

Apenas 266 años después, en el 742, nacía Carlomagno reputado de ser un admirador de la fiesta de los toros (lances de toros). La cosa es importante porque se trata de un emperador de vocación europea que quiso reconstruir la unidad perdida de “Roma la Grande” (tal como se conocía al Imperio Romano en la Edad Media) y que demuestra que el toreo, aun conservándose en España, Portugal y en el Mediodía francés, fue europeo siglos atrás como ya habíamos sostenido en la primera parte de este ensayo. Es fácil pensar que en el tiempo que media entre la caída de Roma y la juventud de Carlomagno, los toros habían pasado de ser un rito iniciático, a ser una fiesta popular.

En esos mismos años cuando cobra carta de naturaleza la leyenda del Camino de Santiago y aparecen fragmentos legendarios que indican que el toro estaba incorporado al naciente imaginario colectivo del pueblo español ya durante la primera fase de la Reconquista. En Astorga aparece la leyenda de la “Reina Loba” (inevitable el tener a esta “reina” como avatar de la Loba Capitolina romana venerada en todo el ámbito imperial). En las costas de Galicia llega una barca acompañada por cuatro marineros con el cadáver del Apóstol Santiago. Saltan a tierra y se dirigen al castillo de la Reina Loba, la cual los encarcela. Ayudados por la providencia los cuatro marineros logran escapar, pero la Reina Loba envía a sus soldados a capturarlos. Cuando ya los han divisado y sólo queda atravesar un puente, éste hunde arrastrando a los perseguidores al barranco. Es entonces cuando los cuatro marinos se presentan otra vez ante la Reina Loba pidiéndole una pareja de bueyes para trasladar al cadáver del Santo Apóstol Santiago. La Reina se burla de ellos y en lugar de bueyes les entrega dos toros bravos… pero estos, por intervención sobrenatural, se dejan uncir mansamente. La Reina Loba se convierte entonces al cristianismo.

Sería difícil encontrar una perífrasis simbólica más clara: los cuatro marineros son los cuatro evangelistas y el cadáver de Santiago (Sant-Yago, esto es, Santa Unión, pues el término sánscrito “Yug”, del que derivan Yago y Yugo tiene análogo sentido al de “religare” del que deriva “religión”, significando en ambos casos “unión”) el proyecto misional en el que se muestra la voluntad de arraigar el catolicismo español con la tradición originaria del catolicismo, asumiendo desde entonces y hasta principios del siglo XVIII, la construcción de un binomio inseparable: España-Catolicidad. La Reina “Loba” es, por supuesto, la alusión a la Roma imperial y patricia, todopoderosa que, finalmente se rinde ante el poder del cristianismo. En cuanto a la sustitución de los bueyes (castrados y mansos) por dos toros bravos, indica que el poder de Santiago es superior a la fuerza del toro apareciendo un tema habitual en la Edad Media, especialmente en el período gibelino: la lucha entre el poder sacerdotal y el poder de las aristocracias guerreras; la virilidad del toro, en esta versión, se amansa ante el poder sobrenatural de la fe, el sacerdocio se impone sobre la casta guerrera.
Esta leyenda muestra la “actualidad” del toro durante los “siglos oscuros” del Medievo y demuestra también que el toro seguía siendo un icono popular. Cuenta las crónicas que el Cid era –como no podía ser otra forma- un gran aficionado al lanceo de toros. Eso ocurría a principios del siglo XI. En aquella época el lanceo era un deporte de la aristocracia guerrera y, como tal, se realizaba solamente a caballo. El toreo a caballo duró hasta el siglo XVII y no fue sino entonces cuando empezó a torearse a pie por menestrales e incluso por campesinos, subsistiendo solamente el arte del rojeo a caballo reservado para la aristocracia guerrera.

De Alfonso X el Sabio también quedó constancia de su afición a los toros y, para colmo, en un fragmento vinculado al Condado de Barcelona (esa ciudad declarada antitaurina…). Uno entre varios fragmentos en los que se cita esta tendencia es en la crónica de 1128, año “en el que casó Alfonso VII en Saldaña con Doña Berenguela. Hija del Conde de Barcelona, y entre otras funciones hubo también fiestas de toros”.

Todo esto demuestra que en los siglos en los que se constituyó la esencial de las tradiciones antropológicas y culturales de nuestro país, la Edad Media, la fiesta de los toros ya ocupaba un lugar destacado.

Antes de los Reyes Católicos, el toro de lidia ya era un animal “diferente” que merecía otra consideración: ni estaba hecho para el arrastre, ni para la alimentación, ni por su piel, sino para ser lanceado y lidiado a la manera de la época. A partir de certificarse la unidad de las coronas de Castilla y de Aragón, empieza a realizarse una primera selección de toros bravos localizada en la provincia de Valladolid. Sin excesivos datos objetivos se atribuye a una ganadería que subsistió hasta el siglo XIX –Raso del Portillo- los primeros intentos de estabilizar un tipo de toro bravo adaptado para estas fiesta entre los siglo XV y XVI. Pero también en Andalucía, Navarra, en el valle del Jarama y en Aragón, se criaron toros para estos festejos. En el siglo XVIII, cuando las “corridas de toros” ya se convirtieron en un espectáculo cotidiano, las ganaderías empezaron a parecerse a las actuales.

Entre el Siglo VIII y el XVII, la fiesta de los toros siguió siendo cosa de la aristocracia guerrera. Pruebas no faltan… se toreaba a caballo, se utilizaba espada y lanza: la montura y la espada eran solo autorizadas para caballeros. Los Grandes Austrias, fueron partidarios de la fiesta hasta el punto de que Carlos I Emperador festejó el nacimiento de Felipe II con un lance de varas y luego el que sería su sucesor hizo otro tanto. A Todo esto, Felipe II tuvo que interceder ante el Vaticano para que levantara la excomunión sobre quienes participaran en estos festejos. En efecto, la bula papal Salute Gregis (1567), emitida por Pio V, había prohibido los lances con toros y no fue sino su sucesor. Gregorio XIII, ocho años después, quien reconocimiento el papel de Felipe II como defensor la cristiandad, volvió a autorizarlos. Lo que, en ocasiones discuten los historiadores del toreo es si el papa levantó la excomunión siguiendo el ruego del Emperador, o si fue a la vista de que nadie hacía caso del interdicto y la Iglesia perdía fieles y veía mermada su autoridad…

En esa época, España incluso exportó el noble arte de lanceo de reses bravas a… Inglaterra –increíble, pero certificado por los cronicones- en donde en el XVI llegaron a celebrarse este tipo de fiestas auspiciados por la aristocracia en el período en el que Carlos I de Inglaterra y Lord Buckingham, invitados durante su estancia en España a uno de estos eventos, quedaron prendados por él, reproduciéndolos en su tierra natal. Dado que los ingleses son muy suyos, estos espectáculos importados de España en el XVI terminaron desembocando en los bull-baitings, peleas entre perros y toros que resultaron prohibidas en 1824, a instancias de la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals…

La fiesta todavía distaba de parecerse a la actual. Tenía con el rejoneo el común elemento del caballo, pero ni capote, ni banderillas, estaban presentes. Las plazas… eran cuadradas y solían ser plazas mayores a las que se les añadía una barrera y un entramado de asientos y gradas de madera, mientras que el resto del público, los menestrales especialmente, lo contemplaban desde las ventanas de sus viviendas.

En esos años empieza a formarse “la cuadrilla” cuyas funciones son de ayuda al caballero que torea con su montura. La nobleza reconstruye en ello la figura del “paje” (el aprendiz de escudero) y de “escudero” (aprendiz de caballero). Combatiente en su montura, queda del período medieval el privilegio de matar al toro a caballo con la espada. Es el paje el que le entrega la espada y es el “escudero” el que le ayuda en la proto-faena. La incipiente cuadrilla torea a pie. Para atraer al toro utilizan su capa y, con eso el toreo empieza a parecerse al actual. Todavía no se utiliza la muleta, ni el falso estoque que vendrán luego. En ocasiones, el caballero no logra matar al toro desde su montura (por falta de pericia, porque el toro está agotado y no persigue al caballo sino que lo rehúye), y es entonces cuando alguien de sus ayudantes recibe el encargo de acabar con él.

En el período de los Austrias Menores, la nobleza empieza a decaer. Así como en las generaciones anteriores, el noble había recibido su título por hechos de armas –nunca como prebenda por amistad o por su patrimonio amasado en negocios- y transmitía a sus descendientes la responsabilidad de su casta (marqueses o señores que defendías las marcas de las fronteras; duques o descendientes de los “dux bellorum”, literalmente “señores de las batallas” en los que los monarcas delegaban el arte de la guerra; y condes defensores de un territorio) que era, ni más ni menos, que el combate, en el nuevo período histórico que se inicia con la decadencia del Imperio, la nobleza empieza a ausentarse de los “lanceos”. Éstos siguen celebrándose, pero, cada vez protagonizados por hidalgos de menor relieve, hasta que, finalmente, desaparece casi completamente el caballo (relegado a partir de ahora a las corridas de rejones) y el toreo se hace cosa de a pie, propio de las castas bajas de la sociedad. Y, a partir de ese momento, se convierte en un espectáculo masas en su forma moderna.

La afición ya apuntaba maneras en los siglos XVI y XVII y rebasó con mucho el ámbito de las fiestas mayores y de determinados días del año. Pasó a celebrar victorias bélicas primero, luego se institucionalizó en determinados períodos del año y, finalmente al organizarse las ferias taurinas ya en un período reciente. En el siglo XVII esta tendencia ya se ha consolidado. Los toreros empiezan a ser, aun sin título de nobleza, extremadamente populares. Queda de la antigua tradición guerrera, el “paseillo” de las cuadrillas, verdadero remedo de un desfile militar en el que se lucen capotes y armas y donde todo está ordenado jerárquicamente, por rangos, como en cualquier ejército.

La sustitución de los Austrias por la dinastía borbónica, no aporta nada bueno a la fiesta. Los borbones vienen de Francia así como los Habsburgo venían de Austria. La diferencia reside en que mientras estos son respetuosos con las tradiciones populares, los primeros son hijos de la Ilustración y pretenden traer a España el período de “las Luces”. Desde Felipe V existe una desconfianza creciente de la monarquía hacía borbónica hacia el toreo. Afectos a una tradición racionalista (más que racional) y “dispuestos a modernizar el país”, los borbones desconfían de algo que ha nacido en la más remota antigüedad y que el pueblo sigue como si de un rito religioso se tratara. No es racional, luego no es ilustrado…

Aún así la fiesta de los toros, progresa y aparecen innovaciones impuestas por los grandes nombres de la época: un menestral, hijo de menestrales, “Costillares” (Joaquín Rodríguez), conocedor de la anatomía de los bóvidos a raíz de su trabajo en el matadero de Sevilla, crea la faena de capote y perfecciona el lance de verónica, vuelve a disciplinar a las cuadrillas que sólo reconocerán, a partir suyo, la orden del mataor. Inventa el volapié y la muerte por estoque humillando el hocico del toro. Cien años después, “Cúchares”, inventa la faena “al natural”. Antes que él, Pepe-Hillo, muerto en la plaza, había escrito un primer tratado de tauromaquia. A partir de ahí se suceden los grandes nombres: Lagartijo, Frascuelo, Paquiro en el XIX y ya en el XX, Belmonte, Joselito, antes de la guerra civil y después Manolete, Dominguín y su eterno rival Ordóñez. Y así hasta llegar a los hermanos Rivera Ordoñez, al francés Sebastián Castella, a El Juli o a César Rincón (favorito del que suscribe) seguido a corta distancia de Enrique Ponce.

El toreo goza de buena salud y sigue siendo un espectáculo que atrae el favor de un público que se va renovando, a despecho de los anti-taurinos. Los mejores años de la historia de España han sido años en los que la población y la autoridad política o la monarquía, se han identificado con el arte del toreo. Porque, a fin de cuentas, los detractores del toreo aparecen, no solo en la decadencia, sino que, por lo general, son los promotores de esa misma decadencia.

Con los borbones el anti-taurinismo se hizo rey. La aristocracia se afrancesó en pocos años como prueba de que ya habían perdido las raíces y la tensión existencial de los mejores años del Imperio. Para colmo Felipe V creó una nueva aristocracia que ya no era la de la sangre, sino la del blasón obtenida a costa de adular al monarca, entregarle preces o simplemente lamerle el culo. Y los borbones de ayer y de hoy lo tuvieren siempre requete-lamido. Desde Felipe V –cuyo nombre se maldice aún hoy en media España- que consideraba a las corridas como espectáculos propios “del populacho” y que las prohibió en 1723, hasta Fernando VI rodeado de Ilustrados –con Jovellanos en cabeza- que sólo las consintió a cambio de que los ingresos obtenidos se descargaran el erario público, los borbones, uno tras otro, intentaron apuntillar a la fiesta.

El Conde de Aranda, creador de una logia masónica independiente de las logias inglesas, durante el reinado de Carlos III, prohibió de nuevo las corridas en 1771. Nadie, por supuesto, le hizo caso y la orden sirvió solo para demostrar lo indómito de un pueblo que no desertaba de sus tradiciones seculares. Carlos IV quiso imponer su autoridad actualizando la prohibición en 1805. De esos años son los aguafuertes y grabados de Goya sobre la fiesta. Fernando VII a quien en su vida no quedó nadie al que no traicionara, gozó, curiosamente, de popularidad, sin duda por el hecho de que no se atrevió a una nueva prohibición que hubiera evidenciado aún más su debilidad.

A partir de los períodos liberales del siglo XIX (desde el trienio liberal 1820-1823), los distintos gobiernos de esa corriente atacaron una y otra vez a las corridas y las prohibieron con idéntica fortuna que los borbones. En 1877 cuando el Marqués de San Carlos y Montevirgen, José María de Quiñones de León y Vigil, lo intentó por última vez en 1877, ante un parlamento atemorizado y sabedor que de votar por la prohibición equivaldría a no revalidar nunca su acta de diputados, se negó a aprobarla. No era raro: en aquellos días, Lagartijo y Frascuelo eran más populares en España que el poncio de turno o el mismo papa de Roma.

Luego vino la crisis finisecular del XIX y las revisiones de la historia de España, país dramático este en el que el progresismo siempre ha mirado más al extranjero que al terruño y donde el conservadurismo ha sido habitualmente regresivo y tendido a lo atávico. En tanto que eco del pasado, no es raro que el progresismo de hoy (que corresponde exactamente a los liberales del XIX y a los borbones ilustrados y afrancesados del XVIII), intuyeran algo no reductible a sus esquemas en la fiesta de los toros.

Más lamentable es, por el contrario, que algunos españoles, a la hora de reflexionar sobre lo que significó la última página en la ruina del Imperio en 1898, terminaran opinando que había que desterrar los toros de nuestra cultura. Hay en la Generación del 98 una parte que, literalmente vuelve la espalda a la tradición española y cree que en ella está la fuente de todas nuestras desgracias. Unamuno optó por esta dirección. Otros, como Eugenio Muñoz Díaz, antitaurino de manual, ex sacerdote que mantuvo amoríos con la cantante María Noel, cuyo apellido adoptó como seudónimo, fueron casos de psiquiátrico. Dado que su complejo de culpabilidad latente al mantener amores cuando aún estaba bajo la promesa de la castidad, sublimó este complejo reforzándose en la idea de que quienes mataban a los toros y quienes los jaleaban, eran todavía más culpables que él… Casi típico de la psiquiatría aun non nata. Muñoz (o “Noel” por parte de amante), la emprendió contra los toros y el flamenco.

Confundía “Noel” la Andalucía creada por Isabel II y sus marquesonas a mediados del XIX, cuando por pura moda introdujeron en la jet-set de la época las batas de cola, los faralaes y los tejidos de lunares y estampado gitano, con los que Merimé había descrito “lo andaluz”, confundiéndolo con “lo gitano” (Andalucía hasta ese momento había podido ser llamada “Castilla Sur” dado que tras la expulsión de los moros y moriscos había sido repoblada con castellanos). Las pocas luces de Muñóz-“Noel” -que a todo esto se había hecho socialista y republicano, y cuyo complejo de culpabilidad no le dejaba razonar con la cabeza fría y las neuronas en forma- favorecieron que lo mezclara todo: toreo, gitaneo, andalucismo, pasodoble, cantejondo y, para colmo, en el popurrí incluyó al “género chico” (la zarzuela) y no pudo incluir al “género ínfimo” (el naciente espectáculo de music hall arrevistada y sexy) porque en eso estuvo su primera amante… Leyendo a Muñoz-“Noel” se percibe que lo que más le fastidiaba de todo esto es que la gente se divirtiera. Era un tipo sombrío y amargado al que los desengaños políticos terminaron por avinagrarlo del todo. En la biblioteca Nacional pueden consultarse su obra, hoy olvidada y que ni siquiera los antitaurinos consideran por excesivamente enrevesada y visceral.

En cuanto a los antitaurinos de hoy, en buena parte su experiencia procede de asociaciones norteamericanas (PETA) o inglesas. Otros, tienen mas interés en borrar síntomas de lo que consideran “lo español” de sus autonomías, mucho más que de defender a los toros. Los hay de todo, pero se trata de actitudes irrelevantes, de gente no menos irrelevante.

Un resumen de la historia del toreo

Estamos llegando al final de lo que nos habíamos propuesto. A partir de Julius Evola sabemos que existen dos tipos de civilizaciones, casi como dos categorías ontológicas radicalmente separadas e irreconciliables: las civilizaciones tradicionales y las civilizaciones modernas. Esta clasificación no se refiere al tiempo de los siglos, sino a los valores: las civilizaciones tradicionales hablan en términos de “comunidad”, las modernas en términos de “clase”: las tradicionales se orientan por valores superiores, las modernas por valores materiales y de consumo; las tradicionales quieren seguir fieles a sus orígenes, quieren tener un vínculo con la “tierra de los padres” (por eso el patriotismo es propio de estas civilizaciones e incomprendido en la modernidad), las modernas niegan el pasado, lo perciben como regresivo, como cualquier otra estructura (como la familia, como la religiosidad, como la idea de orden, la de autoridad y la de jerarquía, que niegan pertinazmente). Son dos formas de entender la civilización que están frente a frente y de manera irreconciliable.

En la historia de España, algo trascendental ocurrió en 1717: la España tradicional de los Austrias (en realidad eran “las Españas”), fue derrotada por la Ilustración y la ideología de las Luces, entronizándose una dinastía afrancesada y “progresista”. Es a partir de ese momento en donde empiezan los problemas en la historia de España que se arrastran hasta ahora. Al centralismo francés traído por los borbones y destructor de fueros, sigue la revolución francesa traída a España por Napoleón y luego las revoluciones liberales. Negación de la tradición, afirmación del progreso. No es de extrañar que desde Felipe V las corridas de toros fueran denostadas primero por los ilustrados, luego por los afrancesados, finalmente por los liberales que mamaban de las fuentes de la revolución francesa de 1789 y actualmente por los “progres”.

Quizás fuera porque la dinastía de los Austrias no estuvo a la altura en sus últimos representantes que impidió que se operase un fenómeno de modernización similar al que experimentó Japón entre mediados del siglo XIX y hasta los años 60 del XX, cuando una sociedad inspirada por valores tradicionales, pudo aplicar modernas estructuras de producción basadas en los principios tradicionales (la fidelidad a la autoridad tradicional se trasladó a las empresas; el gusto por la obra bien hecha, presente en toda civilización tradicional, convirtió a Japón a partir de 1945 en gran potencia industrial… demostrando que Tradición no implica atavismo y atraso). La Alemania de Bismarck realizó un recorrido similar.

El punto de inflexión de nuestra historia (1717 con el desenlace de la Guerra de Sucesión) convulsionó a toda la sociedad española, incluso a la que había tomado partido por el Borbón. En ese momento, las ideas tradicionales fueron progresivamente arrinconadas en beneficio de las ideas ilustradas primero, liberales después y progresistas ahora. La idea de “las Españas” se arrinconó primero apareciendo un centralismo borbónico y luego el jacobinismo revolucionario que no era sino su adaptación y consecuencia extrema.

En el siglo XIX el foralismo carlista intentó mantener en pie la idea “de las Españas” y el vigor de los “cuerpos intermedios” de la sociedad a los que los liberales atacaron una y otra vez hasta prohibir el movimiento gremial. Luego, en el siglo XX, el debate no fue cerrado por la Generación del 98 y los regeneracionistas no consiguieron emitir un dictamen convincente sobre las causas de nuestra decadencia. En los años 30, los distintos movimientos que emulaban al fascismo, intuyeron cuál era el origen del problema de España. José Antonio Primo de Rivera condenó el liberalismo y aportó buenos motivos para ello. Al igual que otros fascismos de la época, consideró su pensamiento como una síntesis de tradición y revolución.

Si de algo podemos estar seguros es de que nuestra tradición política no deriva del liberalismo, como tampoco debe nada a las ideas de la Ilustración y a la ideología de Las Luces. Todo eso se concretó en las revoluciones liberales y masónicas y en la irrupción de otras familias políticas: liberalismo primero y socialismo después.

Las corridas de toros solamente se pueden enmarcar en la tradición española en tanto que cristalización de una parte de su identidad. Si se defienden principios identitarios y tradicionales, esto implica que, gustando o no gustando las corridas de toros, se las entiende y se las encaja en la historia de España.

A la inversa: quien dice pertenecer a una familia política que ha combatido (y ha sido combatida por…) al liberalismo y el socialismo (socialismo utópico y socialismo marxista), su actitud no puede ser sino automáticamente contraria a las corridas de toros, como, de hecho así lo demuestra este pequeño análisis histórico que hemos realizado, no solamente para recordar que los toros forman parte de la identidad española (y de “las Españas”) sino que existen dos familias políticas opuestas. Y la nuestra no tiene nada que ver con quienes sistemáticamente se han opuesto a los toros.

(c) Ernest Milà - infokrisis - [email protected] - http://infokrisis.blogia.com
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Old May 19th, 2011 #11
Alberto
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Eduard Alcántara

La búsqueda del placer como fin en sí mismo no suele enaltecer a quien lo practica, sino que lo habitual es que lo degrade. El hedonismo puede estar centrado en una actividad tan recurrente como la sexual o en la mera actividad de cazar o de pescar por simple afición, por el disfrute de hacerlo y no por buscar alimento necesario para la supervivencia o, como sucedía en tiempos pretéritos en muchos casos de caza, para entrenarse para la guerra. Loamos, pues, las revolucionarias medidas tomadas durante el III Reich de, en un principio, restringir severamente ambas actividades y, finalmente, prohibirlas totalmente.

El cientifismo negador de cualquier Realidad que se encuentre fuera de sus limitaciones cognitivas y que anteponga cualquier posibilidad de progreso material a los principios de la ética, también sufrió un duro revés cuando la Alemania nacionalsocialista prohibió -caso único en el mundo- la experimentación científica con animales vivos: la vivisección.

Hay muchos de nosotros que se oponen a las corridas de toros siguiendo con esta defensa ética de los animales y lo que se va a pretender en este escrito es precisamente lo contrario. Esto es, echar un capote a favor de la tauromaquia.

Podríamos empezar hablando de lo que representa el toro bravo para la identidad de algunos países como España, donde encontramos su cabeza o su cuerpo entero esculpidos en diferentes soportes desde hace, incluso, varios miles de años y en donde es indisociable de multitud de fiestas y de todo tipo de tradiciones locales a lo largo y ancho de toda su geografía.
Pero hasta podríamos recurrir, y recurriremos, a argumentaciones sacras para defender la tauromaquia, puesto que probablemente representa un vestigio de ritos sagrados de épocas ya alejadas en el tiempo.

En los mitos y leyendas de las diferentes tradiciones de los pueblos indoeuropeos siempre fue un tema recurrente el de la lucha de dioses o héroes contra titanes, gigantes, ciertos animales y todo tipo de monstruos. Lucha que simbolizaba el enfrentamiento cósmico del Espíritu contra la Materia o la disputa que en el interior del hombre acaecía entre las fuerzas que tienden a llevarlo hacia lo alto y las que pretenden arrastrarlo hacia lo bajo.

En Persia, un pueblo indoeuropeo como el iranio representó esta lid metafísica enfrentando al dios-héroe solar Mitra y al toro. El toro adquiría el papel de las pasiones, de los bajos instintos, de la sensualidad y de la animalidad que impiden el triunfo y el imperio de la esencia divina que anida en el interior del ser humano. De este duelo mitológico salió victorioso el dios que, al matar al toro, hizo que la Luz se impusiera sobre las Tinieblas.

Mitra entró a formar parte del panteón romano gracias, sobre todo, a que miles de sus legionarios acabaron adoptando el mitraísmo en sus prácticas religiosas, atraídos por los atributos de lucha, guerreros, representados por el dios.

Uno de los ritos más importantes que tenían lugar en los templos consagrados a esta divinidad tenía que ver con ceremonias iniciáticas en las que -representando a Mitra- un sacerdote sacrificaba a un toro, cuya sangre caía, a través de una especie de rejas que hacían de suelo, sobre un iniciado en estos cultos que se hallaba situado en un piso inferior.

El recuerdo, quizás bastante inconsciente sobre su significado, de este ritual de sacrificio seguramente dio pie al inicio del hoy también conocido como Arte de Cúchares; esto es, de las corridas de toros. Arte que, tengámoslo en cuenta, es propio de zonas -España, Portugal y sur de Francia- que habían formado parte del Imperio Romano.


Pero también podemos defender la tauromaquia cambiando visceralmente de argumentos. Pues si la mayoría de sus detractores lo son debido a los supuestos sufrimientos que puede padecer el astado, nosotros les recordaríamos que el toro de lidia nace para la pelea, se prepara para ella en las dehesas enfrentándose a otros machos, movido por su naturaleza combativa o para poder tener la exclusividad de la procreación con las hembras, y, por tanto, vive su acontecer en el coso taurino como una puesta en práctica más de sus atributos innatos. La bravura con la que embiste dispara unos niveles de adrenalina que, a buen seguro, le hacen prácticamente insensible al dolor. Extrapolando la situación al ser humano, y con el objeto de hacer más comprensible lo que acabamos de exponer, ¿quién de nosotros no habrá recibido alguna vez un fuerte golpe, en el transcurso de una pelea, que nos haya causado un fuerte traumatismo o hematoma debido a la violencia del mismo y que en el instante de haberlo recibido apenas nos dolió o, incluso, no lo notamos en absoluto? Algún caso recordamos de alguna víctima de agresión, protagonizada por varias personas, comentando posteriormente que el navajazo recibido, y no visto, fue confundido, en el momento de ser víctima de él, con una patada.
¿O no hemos leído alguna vez relatos bélicos de alguna contienda histórica en los que el soldado que recibe un balazo, o varios, siempre afirma sentir sus impactos no como aguijonazos agudos de dolor sino como golpes no especialmente dolorosos? Pues bien, si la adrenalina consigue estos efectos analgésicos en el hombre, ¿qué efectos no conseguirá en un animal nacido y criado para la brega como lo es el toro bravo?
¿Embestiría el cornado más de una vez al picador si sintiera un fuerte dolor al clavársele la pica? ¿O, más bien, deja de embestir cuando empieza a agotarse? Aun así, agotado, han de aparecer los peones para distraerle la atención del caballo del picador y alejarlo hacia otras zonas del ruedo.

¿Preferiría un guerrero que lo fusilasen a sangre fría o morir en el fragor del combate para el que se ha ido preparando? ¿No es más digno que el toro de lidia deje su vida embistiendo hasta el último momento a que sea sacrificado fríamente en un matadero? ¿Es digna, por ejemplo, la matanza del cerdo?: y a nadie hemos oído protestar contra ella...

Al toro de lidia se le cría con el objetivo de que algún día llegue al coso y para este menester tiene el premio de gozar de una vida privilegiada, campando libremente por las dehesas. ¿De qué otros animales que se encuentran bajo la égida del hombre se puede decir lo mismo? ¿De las gallinas que son engordadas, a lo largo de toda su infeliz existencia, en la inmovilidad de un cajón en las modernas granjas avícolas?
¿De los pavos que son enterrados, de por vida, hasta el cuello para también engordarlos al máximo y obtenerse, así, un voluminoso hígado del que obtener cuantioso foie-gras?

Finalizaremos estos párrafos preguntándoles a los que se oponen a las corridas de toros con el argumento de que lo hacen por ser defensores de los animales lo siguiente: ¿pretendéis defender al toro de lidia acabando con él? Pues es obvio de que con el fin de la tauromaquia desaparecería el toro bravo. Ya no serían cruzadas las hembras con los machos más bravos. Sólo interesaría criar astados mansos, encajonados cual gallinas para provocar su antinatural engorde. ¿Se imaginan un país como España en el que su animal emblemático ya no se identificara con la enhiesta y arrogante figura del toro bravo sino con la de lánguidas vacas mansas, cual vacas suizas...?
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Old May 19th, 2011 #12
Alberto
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Originally Posted by Alejandro View Post
Creo que el verdadero problema radica en la concepción de "posesión" que tienen los seres humanos de los animales, que están puestos en la tierra por su "Dios"-Jehova en la Biblia Judía para su uso y disfrute. Ha habido cristianos nobles cómo San Francisco de Asís, que adoraba a los animales, pero esos han sido una minoría de esta creencia religiosa de descarado origen judío. ¿Es que acaso no tienen sentimientos los perros galgos cuándo son colgados después de haber servido fielmente al hombre después de la temporada de caza?. Las sociedades precristianas de antaño trataban a los animales mucho mejor, cierto que también había muerte y violencia, pero me resisto a creer que los hombres del Neolítico solo mataban a los animales, por necesidades alimenticias, no para regodeo de la chusma o para divertirse ellos mismos, de hacer el mal por el placer de hacerlo.
Lo de los toros, es harina de otro costal, Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo se posicionó siempre en contra, frente a otros escritores cómo Ernst Hemingway y Henry de Montherlant, que defendieron el concepto de la fiesta.
Schopenhauer que influyó poderosamente en Hitler y su forma de ver la vida y el mundo decía que "El hombre ha hecho que la vida para los animales en la tierra se convierta en un infierno".
Saludos cordiales.
Entre los críticos de los toros cristianos, está uno muy querido por los tradicionlistas (por su furibundo anti-judaísmo) San Juan Crisóstomo, o el Papa Pío V que los prohibió. La verdad es que ellos estaban en contra porque consideraban que ponían en peligro a humanos, así que no sé que visión tendrían ahora del mucho más protegido que entonces torero. Entre otros españoles que no tenían nada que ver con un movimiento religioso, están Pío Baroja, y en general también la generación del 98, que además era anti-flamenco. El más furibundo defensor de que estos eran males de España era Eugenio Noel, aunque se hizo marxista.

Dejo también una interesante opinión, esta vez carlista, de los toros, para aportar más:

http://elcarlismocontralaglobalizaci...sangre-ni.html
http://andaluciacarlista.com/2010/08...esta-nacional/
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Old May 20th, 2011 #13
Fredbal
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Originally Posted by Blanco. View Post
La comparación de la matanza de delfines de las Feroe con el toreo no hay por donde cogerla. En un caso hablamos de una matanza con el único fin de conseguir carne para comer y en el otro de un ritual de tortura cuyo propósito no es otro que el espectáculo. Es una diferencia de conceptos bien grande.

En cualquier caso, la matanza de las Feroe tiene plena justificación histórica porque:

- Vivir en unas islas en medio del Atlántico Norte no facilita el comercio y limita las posibilidades económicas.
- El clima y el tipo de suelo imposibilita la agricultura -como ocurre en toda Escandinavia- y reduce a dos las fuentes de alimento: ganadería y pesca.

Con esto, que aparezcan en tus costas miles de delfines más dóciles que Delfy no es una oportunidad que cualquier pueblo desaprovecharía por cuestiones éticas para jugarse el tipo en un mar que no es precisamente el Mediterráneo en vez de tener alimento rápido y fácil para todo el año.

Hoy en día, ahora que los feroeses tienen otras alternativas, la matanza es criticable por dos cuestiones: porque puede hacer peligrar la población de delfines y porque quizá existan otros métodos más dignos de dar muerte al animal.

Respecto a lo primero, pese a que todo parece indicar que nunca se ha puesto verdaderamente en peligro a la especie -quizá porque la población humana de las islas siempre ha sido pequeña- y pese a que lleva tiempo siendo "regulada" por biólogos, es cierto que una matanza de esas dimensiones es jugar demasiado a ser Dios. Sin duda apoyaría cualquier limitación en ese sentido, siempre es preferible dispersar nuestro impacto en el medio que no concentrarlo en uno sólo hasta destruirlo, pero con una condición: que no sea porque ver una playa manchada de sangre dañe sensibilidades y el resto de atrocidades medioambientales encubiertas no. Con menos sangre, la lista de especies animales y vegetales desplazadas, esquilmadas, en peligro o, directamente, extintas por el abuso del hombre, es interminable.

Respecto a lo segundo, la muerte a cuchillo quizá no sea demasiado ética cuando disponemos de la electrocución fulminante. Estaría de acuerdo en prohibir a los feroeses matar delfines a cuchillo siempre y cuando se prohiba también al resto del mundo. En millones de pueblos de todo el mundo y en millones de pequeñas empresas ganaderas los animales se siguen sacrificando con este método.

Entonces, es absurdo poner a esta matanza concreta como ejemplo de la peor atrocidad contra los animales del mundo, como hacen siempre los protaurinos, cuando lo habitual es que cualquier conducta humana tenga el mismo impacto para los ecosistemas, o más. Desde mariscadores, pescadores o cazadores hasta agricultores y ganaderos, pasando por todas las especies desplazadas y todos los ecosistemas alterados debido al crecimiento de ciudades y campos de cultivo y a la contaminación. O todos o ninguno, que ya sea directa o indirectamente aquí cada uno pone su parte para cargarse el planeta y sólo nos escandalizamos cuando vemos un poco de sangre que no se va por el sumidero de los mataderos de donde salen nuestros filetes.

Dicho sea de paso, en las Feroe, Dinamarca y el resto de Escandinavia, por lo general, los animales, y el medio ambiente, gozan de una protección a años luz de la que ofrecemos en este país. Allí apenas se abandonan animales, ya que de hecho se adoptan los que se abandonan en otros paises -¡por eso pueden verse tantos galgos españoles en paises como Alemania!-.

Así que bueno, habría que pensar más en que los filetes que disfrutamos sobre nuestras mesas españolas también son fruto del sufrimiento animal, sino a causa de una muerte dolorosa sí por una vida indigna. Deberíamos preocuparnos más de esto, que ocurre aquí y ahora, que de lo que se haga en unas islas que nos quedan más bien lejos. Y aunque la matanza de las Feroe fuese la mayor crueldad sobre la tierra, aunque los delfines muriesen de la forma más lenta y dolorosa posible, que un tío se enfunde en un traje de luces cual gitano verbenero (¿dónde se ha visto en Europa tal inclinación estética? ¿de dónde iba a venir ese gusto sino de Oriente o África?) para matar a un toro cruelmente a modo de divertimiento es cosa que debería preocuparnos y que no tiene justificación ninguna, por muchas que sean las locuras que se hagan en otros sitios.

No es que los toros, las cabras por el campanario y demás orgullos nacionales sean cosa de moros o de negros. Es que es peor todavía. Es cosa de verdaderos hijos de puta.
Totalmente de acuerdo Blanco. Yo también he querido señalar que no es igual, hay una gran diferencia.
 
Old May 20th, 2011 #14
Fredbal
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http://www.elperiodico.com/es/notici...o/563778.shtml

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"...Es probable que el entrecot que usted se comerá hoy, el filete que saboreó hace unos días o las costillas de cordero de este fin de semana provengan de ganado sacrificado según el rito islámico (halal). Este procedimiento excepcional, contemplado como tal por la normativa sobre protección de animales que obliga a los mataderos de aturdir al animal antes del degüello, se está convirtiendo en una regla generalizada debido a los intereses industriales y comerciales del sector. El abuso ha transformado en un coladero una singularidad prevista para una minoría religiosa y que los consumidores desconocen, dado que la legislación no obliga a las carnicerías a informar del modo de sacrificio..."
Esto es intolerable. Ved las imágenes.
 
Old May 20th, 2011 #15
Fredbal
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http://www.granjasdeesclavos.com/vid...matanza-kosher JUDIOS
http://www.granjasdeesclavos.com/vid.../matanza-halal MOROS

¿Por que esta gente tienen tantos tabues y supersticiones? Están enfermos
 
Old May 21st, 2011 #16
Blanco.
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Ya conocemos la opinión de Ernestó Milá y de Eduard Alcántara sobre el toreo, pues. Me ha parecido muy interesante el texto de Milá; sobre todo la parte en la que analiza lo ritual desde una perspectiva psicológica. Tan interesante, que lo he leído dos veces para que no se me escapase detalle. Así que se me ocurrió, antes de la segunda lectura, teclear Manolete en el Google imágenes para tener en mente una imagen más concreta del guerrero.

Y bueno, si a alguien le suenan vacías las divagaciones pseudocientíficas haciéndose pasar por psicología, y la psicología haciéndose pasar por ciencia universal, existen en la red cantidad de documentales sobre los ritos, costumbres y tradiciones de las tribus del mundo, en los que se plasman de forma mucho más intuitiva los conceptos de los que habla Milá. Y que cada cual ate cabos como crea conveniente. Además de eso, los paisajes humanos en corridas de toros, encierros y concursos de recortes también son más reveladores que todas las palabras que se juntan en la interhez. Y qué coño, que no sirve para nada perder el tiempo discutiendo una cosa que uno tiene clara desde que pone la tele, en la tierna infancia, y ve a a un Manolete en plena faena.
 
Old May 21st, 2011 #17
N.M. Valdez
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Torture of animals is generally wrong, but I think we can make an exception for you spics.
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Originally Posted by Alex Linder View Post
I don't know what the truth is, and have said as much.
 
Old May 21st, 2011 #18
VSL
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A lo mejor a alguno le molesta que un extranjero opine sobre el tema, pero igual voy a decirlo: las corridas de toros constituyen una auténtica aberración. Que un tipo vestido de marica torture a un animal drogado no me parece un acto de virilidad, sino que incluso constituye un insulto a un símbolo asociado a la raza Nórdico-Roja en general y a lo ibérico en particular, como lo es el toro. Eso sí, después lo ponen muy orgullosos en la rojigualda cuando juega la selección.

 
Old May 21st, 2011 #19
VSL
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¿Por que esta gente tienen tantos tabues y supersticiones? Están enfermos
La respuesta es sencilla y la venimos mencionando desde que se abrió esta sección: genética. Y no lo digo solo por judíos y moros, sino por muchos "blancos" que consienten este tipo de prácticas, aunque alguno proteste desde la comodidad de su sillón. Eso sí, se creen muy superiores y sofisticados con sus innovaciones tecnológicas, mientras destruyen medio planeta con el fin de tener un lugar más cómodo para apoyar el trasero.

Alguno hablará de "educación". Que al menos tenga la dignidad de no definirse como "racista".
 
Old May 22nd, 2011 #20
Eturner
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Ayer sentado en la biblioteca me puse a reflexionar en un momento sobre ese asunto (la verdad es que en cualquier parte podría haberlo hecho, hasta mejor en la calle) y uno observa lo muy muy diferente que es la gente, aun a pesar de que la educación para todos es la misma (espero que aquí no haya ilusos que crean que la que cuenta es la que te dan en casa), además de estar todos sometidos a las mismas influencias nefastas y estrogenizantes.
Se ve mucha escoria, mucho punk, mucho perroflauta, mucho costroso (decir que esos bajo una influencia ns serían ns me parece vomitivo, antirracista, cristiano y maricón) pero también mucha gente sana, de aspecto recio y fuerte.
Yo lo veo clarísimo, lo que no sé (en realidad sí que lo sé) es como aun hay gente que se cree la patochada del medio como escultor de voluntades.
 
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